Un final de rivotril. Milei está primero, por mucho, por poco, por casi nada. Massa la da vuelta en el cuarto oscuro o deja correr el miedo para apretar al aparato, pero gana cómodo.
Llegamos a las elecciones con la cabeza frita. Entre el loco que agita la motosierra y la campaña negativa que nos martiriza con imágenes de chicos armados, neuróticos por los precios que se escapan, la falta de nafta, de bananas, la imposibilidad de los repuestos, el dólar y todos los inconvenientes cotidianos, inventados, amplificados y también reales. Con la lengua afuera.
Al que le gustan las pastillas duplica el rivotril y listo, pero los que no contamos con esa ventaja no tenemos otra que preguntar mil veces: «¿Qué sabés?». Y nadie sabe nada. Te van a decir que Milei está primero, por mucho, por poco, por casi nada, que Massa la da vuelta en el cuarto oscuro, por el miedo o la cordura final o una mezcla argentina de ambas. ¿Y las encuestas? No seas malo, para bien o mal, ya estamos más allá de las encuestas.
¿Entonces? Lo más sensato sería apagar el celu, tomarse un Malbec -todavía nos queda el Malbec-, leer Moby Dick o irse a andar en bici. Pero no somos sensatos, así que tratemos de entender de donde sale esta idea que el domingo va a ocurrir algo irreversible, gravísimo, que afectará de manera irremediable nuestro futuro.
Esa fantasía seguramente se activó por las propuestas de cirugía extrema de Milei, amplificadas por la campaña negativa de Massa y sus brasileños. Santilli en la reunión en la casa de Macri, se lo dijo clarito: «Aprovecha tu magnetismo y salí a recorrer el país, afloja con los medios y cuídate de los brasileños de Massa que te están llenando la canasta de goles».
Pero del otro lado también hubo campaña de miedo. Y ahora resulta que si gana Massa el kirchnerismo vuelve con más fuerza que ahora mismo que es gobierno. Y para galvanizar ese rechazo, los memes del falcón verde, los retratos de Videla y una retórica antiperonista de los años de plomo.
Y el votante promedio entonces ya no escucha nada, ni siquiera a los candidatos. Es genial. El votante promedio de Milei dice que su candidato no va a hacer lo que dice que va a hacer y por eso lo vota. Deberían pensarlo dos veces. Milei no es un político pragmático, digámoslo así, como Massa, que cambia de opinión si la correlación de fuerzas no le da. Milei es un convencido, un ideológico que confió su alma al credo liberal. En su caso, la idea es más importante que el poder. Y esto no es un elogio. Claro, no es tonto y contra las cuerdas baja -un poco- algunas banderas, pero es clarísimo que son apenas retrocesos tácticos.
Pero vayamos a lo importante: ¿Qué va a pasar con la economía? En medio de la incertidumbre hay algunas certezas. Vamos a una devaluación de magnitud porque la falta de dólares es la misma para los dos candidatos. Y también vamos a un ajuste fuerte. El tema como siempre es el cómo. Milei dijo en su última charla ante empresarios que él creía en las políticas de shock. En este contexto de la Argentina eso es un Rodrigazo. Consistente con su visión: hay que soltar las variables hasta que encuentren su punto de equilibrio. Aún en el improbable caso que Macri logre inocularle el virus gradualista ¿Cuál sería la reacción de Milei si una variable se le escapa más de la cuenta? ¿Un cepo, una compensación vía gasto o aprovecharía para liberarla y que acomode sola? De nuevo, hay que escuchar a Milei para entender qué puede hacer Milei.
Massa, en el mejor de los casos, puede ser el Gómez Morales de Perón. El ajuste heterodoxo exitoso del 52. Un plan articulado, duro y sostenido. Un año y medio de pan negro para bajar la inflación y volver a crecer con bases más sólidas. En el peor de los casos Massa presidente sería la continuidad de Massa ministro: parches y vamos viendo hasta que ya no se ve nada.
Entonces el tema es obvio: la inflación. Estos niveles de inflación desorganizan la vida de la clase media al punto de la exasperación. No se puede seguir así. Pero todo indica que en cualquier camino que se elija tenemos de uno a dos años más de inflación alta. Eso es conflicto social. O sea, hay que hablar de política.
La política está más clara. Milei asume con una fragilidad única, casi sin legisladores, sin gobernadores y sin intendentes. Colgado del pincel de una alianza apurada con Macri que ni siquiera logró juntar todos los pedazos del PRO. Con las internas prestadas de Juntos y las propias de La Libertad Avanza y la presunción de un peronismo muy agresivo del otro lado.
«Ni loco asumo, no me voy a bancar un millón de piqueteros puteándome en la 9 de Julio, le tengo más miedo a los peronistas que a los narcos», dice con humor un dirigente opositor, al que Victoria Villarruel le ofreció el Ministerio de Seguridad. Es que aún perdiendo el peronismo está fuerte. Tiene la provincia de Buenos Aires, la mayoría de las intendencias del Conurbano, el norte del país y quedó a seis votos de los dos tercios en el Senado. Maneja la zona dura del conflicto social. Y si pierde el poder en manos de un recién llegado como Milei, en una elección cerrada, el rencor va a ser inimaginable.
Si gana Massa se puede esperar orden político, pero también tensiones con el kirchnerismo si aplica el ajuste que hay que aplicar para estabilizar. Pero bien mirado, en el caso de Massa los temores no vienen por el lado de la gobernabilidad. Más bien lo contrario, el temor es que surja un nuevo Néstor Kirchner. No por esa pavada de la sucesión con Malena, sino por el manejo férreo del poder.
«Massa es un Néstor más eficiente que nos puede poner en riesgo, por eso tal vez sea mejor el caos de Milei, un gobierno débil más fácil de condicionar», analiza uno de los empresarios más importantes del país. No es la opinión que comparten sus pares, que mayoritariamente prefieren la previsibilidad que le asignan a Massa, aún descontando que no será fácil negociar con él, si resulta electo presidente.
Tenemos entonces dos dimensiones que navegan en paralelo, pero pueden cruzarse y activar un accidente espacio-temporal de resultado impredecible. La economía que va camino a alguna combinación de devaluación, ajuste y recesión. Gane quien gane. Y en paralelo, dos planos políticos: uno que abre la puerta a lo desconocido y otro que insinúa un nuevo orden peronista, con lo bueno y lo malo que eso implica.
Por eso estamos con la cabeza frita.
(lpo)