Octubre de 19897, pleno gobierno de Raúl Alfonsín y Sergio Montiel. El país transitaba las alteraciones institucionales con el nuevo alzamiento militar de Semana Santa, encabezado por los Carapintadas. Y aún se recordaba la visita de Juan Pablo II, que incluso había llegado a Paraná el 9 de abril.
Por aquel entonces, no había transferencias bancarias por internet, todo se hacía con bolsas de dinero. Los empleados públicos buscaban el cheque y luego iban al banco, y algunos servicios sociales se abonaban en las comisarías.
General Galarza, un pueblo chico, compuesto en su mayoría por familias descendientes de inmigrantes que habían fundado la colonia “San Guilllermo” a principios del siglo XX, pasaban sus días en los oficios y quehaceres propios de nuestro interior provincial.

Asalto a la comisaría
Por eso nada hacía presagiar, lo que vino a suceder el jueves 1º de octubre de 1987, a las 5 de la mañana en el edificio policial de la calle Sarmiento. Allí había dos agentes que se encontraban de guardia, quienes fueron sorprendidos y reducidos por cinco personas armadas, quienes cortaron los sistemas de comunicación de la dependencia y requirieron la presencia del jefe el oficial principal Raúl Godoy, que se encontraba descansando en la casa aledaña a la seccional.
Los delincuentes habían llegado unos días antes, habían hecho inteligencia del lugar, y sabían del movimiento policial de la guardia del banco, como de la camioneta de OCA, para tratar de tomarla y luego escapar con el dinero hacia Buenos Aires.
Entre los malvivientes, había un galarceño, que brindó todo el apoyo logístico necesario para asegurar el golpe.
Según la información oficial de los registros de la Policía de Entre Ríos, los delincuentes al avanzar con el copamiento, se enfrentaron con Godoy “quién al observar la adversa situación intercambió disparos de arma de fuego con los atacantes, hiriendo de muerte a uno de ellos; y recibiendo él una esquirla que lo lesiona en una pierna, por lo que tomó resguardo nuevamente en la casa, a la espera de un nuevo enfrentamiento; sin saber que por su pronta reacción, los agresores huyeron del lugar en dos vehículos llevándose también al herido”.
“Minutos después los agentes que estaban maniatados, lograron desatarse, ocasión en la que circunstancialmente llega el jefe de la Comisaría del Quinto Distrito de Gualeguay, suboficial principal Julio Celis, quien se interioriza de lo ocurrido y del estado de salud del personal, y ayuda a Godoy”, se recordó en el parte oficial, para agregar: “Al no poseer líneas de contacto activas, mediante la colaboración de un vecino lograron alertar a la Jefatura Departamental Gualeguay, desde donde se enviaron inmediatos refuerzos, comenzando una intensa y amplia búsqueda de los asaltantes por rutas y caminos de la región. Quienes finalmente fueron ubicados transitando por la Ruta Provincial 11 en dirección a Paraná, y un retén policial ubicado en Diamante logró la detención de los prófugos”.

El gobierno entrerriano y la Policía decidieron condecorar a Godoy, apodado el Tigre, con una distinción que antes nunca había sido otorgada, por el acto de Arrojo, Heroico y de Valor.
Se referencia en el decreto: “Por su dimensión la valerosa acción del Oficial Raúl Godoy, el gobierno provincial lo distingue con un ascenso por mérito extraordinario al grado inmediato de Subcomisario según se dispone por Decreto Nº 5721/87, y además la Policía le otorga una condecoración consistente en una medalla de plata, sostenida por una cinta con los colores patrios, conteniendo en el centro del anverso un Escudo de Entre Ríos en relieve; con la leyenda: “Jefatura Policía Prov. E. Ríos -1987”; mientras que en el reverso: “Al Of. Ppal. RAÚL GODOY Testimonio Acto Arrojo”.
Estos atributos le fueron entregados durante una ceremonia especial realizada el 15 de octubre de aquel año, con formación de tropas ante las máximas autoridades, en el propio edificio de la Jefatura Central de Policía en Paraná; convirtiéndose así en el primer policía distinguido de la historia reciente.
El distinguido Oficial continuó su carrera profesional, transitando diferentes destinos y cargos durante 30 años de servicio, llegando a desempeñar la función de Subjefe de Policía de la Provincia durante el año 2003, concluida la misma pasó a situación de Retiro.
Los cinco detenidos fueron condenados por la Cámara de Gualeguay a penas superiores a los seis años. Aunque hubo uno de ellos, que se llevaron una gran sorpresa.
En la persecución policial, se pudieron ver tres vehículos, y al lograr detenerlos, dos autos fueron secuestrados con cinco ocupantes. El tercero, un Ford Falcon color verde, escapó antes con otros delincuentes.
Tiros, olor a caca y la muerte cercana
UNO pudo dialogar con el hoy retirado Raúl Godoy. Vive en Federal, donde estudia abogacía y disfruta de su familia y amistades. El hombre de 68 años, se pone incómodo al recordar el hecho. De tener que disparar para salvar su vida. La de enfrentar la muerte y la de tener que poner lo que hay que poner para avanzar contra cinco delincuentes. Estrategia, coraje, conocimientos bélicos y también miedo, se conjugaron en el incidente.
Admitió que después de muchos años, habló del tema detalladamente sobre esta historia. “Mis diálogos con los delincuentes, como una especie de ajedrez para ver quien cometía el primer error, la altísima violencia del enfrentamiento armado, los olores, la transformación del hombre racional en una máquina de combate, sin que altere mi normalidad, ya que la evocación lograba afectar mi equilibrio emocional, colocándome en alerta extrema o con alta adrenalina”, sintetizó sobre la información que suministró.
Godoy contó lo siguiente: “De la investigación judicial, después del acontecimiento delictivo central, se estableció que los actores habían hecho inteligencia previa, reconociendo el terreno y estudiando detalladamente los movimientos de la fuerza de seguridad, a tal extremo de saber que los agentes que hacían adicional en los bancos venían en movilidad propia (bicicleta) dejándola en la comisaria para dirigirse caminando a sus puestos, por lo que contaban con algún apoyo local”.
Sobre el copamiento, hizo notar: “La noche del hecho, aislaron de comunicación telefónica a la ciudad, cortando los hilos del servicio de la compañía de telefonía alámbrica, a un par de kilómetros de Galarza hacia la conexión con Gualeguay y Nogoyá. Luego arrojaron un alambre resistente en el alumbrado eléctrico de la zona céntrica de la plaza produciendo así, el corte de luz de la zona de operaciones”.
“Siempre basándome en la investigación judicial sustanciada, a posteriori del hecho, llegué a la que el objetivo principal de los malvivientes era asaltar el Banco Entre Ríos, debido a que era fecha de pago de los sueldos de las distintas reparticiones públicas provinciales y nacionales. Recordemos que en 1987 no existían cajeros automáticos, ni la telefonía móvil, por lo que Las entidades bancarias encargadas de abonar los sueldos estatales estaban con sus arcas repletas de dinero para tal finalidad”.
Godoy contó que en el juicio a los cinco acusados, se pudo llegar a conocer cómo idearon el copamiento e intento de asalto al banco. “La planificación de las acciones delictuales, llámense asaltos bancarios y demás hechos que a consecuencia se concretarían, por esta banda de malvivientes, se basaba en anular el accionar policial copando la comisaria, acompañado del aislamiento comunicacional de la ciudad con el resto de la civilización, cortando los hilos telefónicos de la compañía encargada del servicio y el oscurecimiento de la zona de operaciones mediante un cortocircuito en las líneas del alumbrado público. Para luego esperar a que lleguen los agentes adicionales, reducirlos y tomar el lugar de ellos, uniformándose presentarse al servicio como personal nuevo de la comisaria. También tenían como parte del plan, privar de la libertad al chofer de turno del servicio de correo privado Oca, quienes llegaban a la comisaria alrededor de las seis de la mañana para hacer firmar la planilla de viáticos; vestirse con su campera identificadora y usar la camioneta para salir de la provincia con el botín por el puente Zarate Brazo Largo”.
“Antes de desarrollar lo acontecido en el hecho, quiero dejar en claro que los delincuentes habían pergeñado una planificación, una estrategia y también una táctica de ejecución del plan, que si bien era arriesgada y audaz tenía muy poco margen de error. Esto denotaba una gran experiencia e inteligencia de su jefe organizador”.
Madrugada de acción
Sobre el ataque a la comisaría, Godoy relató: “Estaba durmiendo a la madrugada, cuando de repente el suboficial Colazo, me despertó a la avisándome que habían llegado dos hombres que, según le habían relatado, iban a pescar a Victoria, en la entrada de Galarza los habían interceptado y les habían robado el auto, un Ford Falcón. Le dije que ya estaría con ellos, que los tranquilizara. Me levanté por precaución, no prendí la luz, me vestí y tomé mi pistola reglamentaria, una Ballester Molina, calibre 11,25mm, la cargué, y con seguro la puse en el bolsillo derecho del pantalón”.
“Salí al patio, y me dirigí a la comisaria que estaba a unos diez metros, cuando vi a un hombre parado en la puerta, lo saludé y el me preguntó si era el comisario. Lo traté de calmar diciéndole que el auto podía ser recuperado si se daba aviso del incidente para cerrar la provincia”, añadió el comisario.
Fue así que sintió que algo no estaba bien. “En ese momento me di cuenta que la única luz que había en la zona era la luna llena, y el vislumbre de otras zonas de la ciudad que si tenían luz. Sentí ganas de neutralizarlo o al menos identificarlo pensando que iba a tener el apoyo del personal, pero mire hacia las ventanas del edificio y no pude ver nada, así que pensé que si era una trampa al menor movimiento me dispararían y les dispararían al personal. Por eso lo invité a pasar a la oficina para iniciar los trámites de la denuncia”, comentó para afirmar: “Cada paso que dábamos me crecía la duda, si eran víctimas de un robo o me estaban tendiendo una trampa. Pensaba en si eran insurrectos contra la democracia o delincuentes comunes”.
En el relato a UNO ya presumía que las cosas no estaban bien, y preguntó: “Y los Agentes donde están”?- a lo que me contestó muy tranquilo –“por ahí están mirando televisión en el comedor”.
Godoy y el sospechoso estaban caminando dentro de la comisaría “ya con la certeza que se trataba de una trampa, le pregunté con voz firme: Ustedes cuántos mierda son”.
Según el relato de Godoy, del interior de la comisaría sale otro delincuente, quien lo encañonó con una escopeta. “Ahí me reproché por haberme dejado atrapar, pensé millones de cosas en esos segundos, y también cómo salir del enredo. Lo hablé con firmeza para buscar mejorar mi posición. Le grité: – ¡¡¡Pensá lo que estás haciendo, mirá que es grave, muy grave”!!!- mientras disimuladamente metía la mano derecha en el bolsillo para tratar de empuñar la pistola. Buscaba ponerlo nervioso y llevarlo a cometer algún error que me diera la posibilidad de saltar el laberinto en el que me habían metido”.
El delincuente le gritó que subiera las manos, y si bien Godoy no sabía que había pasado con los dos policías que estaban en la guardia, le respondió con otro grito: “Mirá que estás haciendo algo grave,…pensá que estás hablando con quien los va a cagar a tiros y a vos primero”!!! – y fue que ahí que se descontroló y cayó en el error que yo esperaba, se me vino encima empujándome con el cañón de la escopeta apoyada a la altura de mi pecho, refregándomela con fuerza a la vez que la amartillaba”, informó el comisario a la hora de recordar el inicio del momento de tensión.
“Ahí ya en el límite, tome la difícil decisión de jugar mi vida a cara o cruz por el honor del ser Policía, por la gente de Galarza, por mi propio honor que no me dejaría vivir con la vergüenza de haber levantado las manos dejando abandonados a quienes debía proteger. Supe que podría ser hora de morir en el campo del honor y asumí la responsabilidad, fue como tomar una moneda que en una cara decía vida y en la contracara decía muerte”, admitió al contar qué se siente cuando estás solo enfrentándote con la posibilidad de perder la vida.
Godoy practicaba yudo, y eso le ayudó a iniciar el ataque. “Sorpresivamente gire sobre mi eje de verticalidad, a la vez que le lancé el grito de guerra propio de este arte marcial para sorprender al enemigo y vaciar de aire los pulmones. Ahí el delincuente me disparó, pero por mi movimiento el cañón del arma que estaba apoyado en el pecho, quedó suelto, y la deflagración de más de cincuenta centímetros provocó una llamarada que nos iluminó. La onda expansiva me dio de lleno, como una patada en el tórax, gracias a que había vaciado de aire los pulmones –por el grito de judo-, pude seguir respirando bien, pero con la adrenalina muy alta”, graficó el comisario sobre el inicio del ataque y su respuesta. “Al unísono arranqué la pistola y le disparé de tal forma que por unas décimas de segundo las armas quedaron paralelas entre ellas, calientes y humeantes. El balazo al malviviente lo tiró hacia atrás y mientras caía me disparó nuevamente alcanzándome en una pierna”, contó.
Pese a la situación límite, Godoy pensó que era necesario correrse, para dejar de ser un blanco fácil. Y si bien estaba herido: “Me moví rápidamente para dejar de ser un blanco estático, y me arrojé detrás del mostrador de ladrillos. Ahí les grité nuevamente: -¡¡ “Vamos a ver quién hace mierda a quien”.!!! La situación de golpe se tornó de una violencia inusitada, la oficina se llenó de humo, olor a pólvora, sangre y caca, quizás por la herida en el estómago o porque a alguien de ellos se les había aflojado algún esfínter”.
“Pero yo en ese momento era un soldado combatiendo a un enemigo cuyo objetivo y capacidad combativa desconocía, solo sabía que me superaba en número y armamento, debiendo conjeturar que:
-Si se trataba de insurrectos: debía defender las Instituciones del Estado y las Autoridades Constituidas, en ese caso también sabía que era gente instruida en el arte guerrear, como asimismo que la lucha era sin cuartel y hasta las últimas consecuencias.
-Y si eran delincuentes comunes, asaltantes, salteadores en banda, también estaba consciente que había un pueblo que quedaría a merced de una banda numerosa de delincuentes muy peligrosos y audaces a tal extremo de atacar al centro de seguridad de la comunidad para aprovecharse de ella en indefensión”.
Bueno, Godoy no sabía nada de eso, por lo que por intuición y hasta una postura extrema de coraje, siguió enfrentándolos. “Supuse que si estaban tratando de apoderarse de la Comisaria, asegurándose una posición preponderante de combate, debía calificarlos al menos de gente muy peligrosa para lo cual era necesario tratar de neutralizarlos superando sus conocimientos tácticos, por tal motivo y a sabiendas que mi posición estaba detectada por lo que si permanecía en esa oficina corría riesgo de ser abatido con una granada de mano por ejemplo. Por lo que salté detrás del mástil a tres o cuatro metros de la puerta principal, por lo tanto me reproché haber llevado un solo cargador y me desplacé hasta mi casa, utilizando técnicas de combate; busqué los otros dos cargadores, y al volver me cubrí ante los posibles disparos detrás de una churrasquera ubicada a unos siete u ocho de la puerta principal de la comisaría, evalué que era una buena cubierta ya que tenía la retaguardia cubierta por mi vivienda. Luego me revisé las heridas que habían dejado un charco de sangre, y comprobé que no tenía huesos rotos”, enumeró.

Según su relato, a los pocos minutos hubo nuevos movimientos dentro de la comisaría. “Se vieron luces en la comisaría y afuera, y pensé que llegaban refuerzos para ellos, ahí me sentí tremendamente solo, sabía que no había vuelta atrás y me fortalecí nuevamente en lo anímico arengándome a mí mismo con el pensamiento para no delatar la posición y tratando de levantar al tope la moral, miré la puerta de la comisaría y pensé los voy a matar a lo vizcacha cuando intenten salir y le hablé a mi pistola: Amiga si vos no me fallas yo tampoco, y vamos a salir adelante o vamos a morir matando”, nuevamente la adrenalina al tope”, diagnosticó.
Pasó un tiempo, y no pasó mucho, comenzó a aclarar, y ante esto, el jefe de la comisaría, dijo: “Ahí me di cuenta que los delincuentes no eran combatientes (insurrectos), que seguro eran asaltantes comunes, de hecho, muy peligrosos, pero que no venían a inmolarse por un botín y que al fracasarles el plan original que aun yo desconocía, el que incluía neutralizar la seguridad del pueblo, habían huido por la parte trasera de la comisaria y así con los recaudos del caso lo pude comprobar”.
“Lo corroboro, cuando uno de ellos en su indagatoria en sede judicial (el que estaba esperándome afuera de la comisaria), dijo textualmente –‘estaba todo bien, no esperábamos la reacción del comisario, una reacción tan violenta que lo único que atiné es a tirarme atrás del escritorio de mampara para que no me matara, hasta el revolver se me escapo de la mano ¡que melones tenía el comisario! Después salimos por atrás tratando que no nos viera ni escuchara’”.
La parte final del hecho, siguió con la llegada del policía Celis, que vino del campo tras ver los vehículos pasar a toda velocidad. Eran dos Renault 12 y un Ford Falcon.
Se dio el alerta, y los dos primero vehículos con cinco ocupantes fueron detenidos en Diamante.
“Quiero recordar a los suboficiales Wurten y Colazo, hoy fallecidos, quienes estaban de guardia cuando fueron engañados por los dos delincuentes que llegaron primero, hasta sorprenderlos y reducirlos, maniatarlos, que luego mientras esperaban mi llegada, sin advertir el ardid de los malvivientes, llegaron otros en distintos momentos y uno que parecía el jefe porque les dio algunas órdenes y según describieron fueron al menos cinco delincuentes que estuvieron adentro de la comisaria”, rememoró Godoy.
Juicio y condena
Los cinco delincuentes fueron detenidos y alojados en el penal de Gualeguay. A los pocos meses se les inició el juicio ante la Cámara del Crimen de esa ciudad, donde el tribunal compuesto por Carlos Pabón Expeleta, Eclio Dumón y Darío Crespo, llegó a una resolución condenatoria el 7 de marzo de 1988.
En el veredicto, se dispuso sentenciar a
Horacio Aranda, seis años de prisión efectiva
Jorge Malvido, seis años
Rubén Benítez, siete años
Miguel Rosales, ocho años
Juan Antonio Acosta, 18 años
Acosta es oriundo de Galarza, y vivía en Buenos Aires, donde antes del copamiento e intento de asalto al Banco de Entre Ríos, en Galarza, se lo responsabilizó de un homicidio en una estación de servicios de Campana. Por ese hecho que estaba impune, sumado al robo calificado por el uso de arma de fuego en la comisaría de Galarza, es que se lo condenó a la pena de 18 años.
Consejos desde la experiencia
Fuera de los comentarios, Godoy consideró pertinente, dar un sano consejo al personal policial. “Quisiera expresar por mi experiencia : que el arma descargada no sirve para nada, así que por seguridad, yo siempre la llevé con cartucho en recamara, sé que está cargada y tomo los recaudos, (los accidentes suceden cuando un día se la tiene cargada y otra día descargada, y debemos comprender que el disparo debe ser certero pero sin odio, si es certero, no es necesario matar, hay que poner al enemigo fuera de combate sin disparar a zonas vitales”, alertó, para reflexionar: “También sería importante advertir a quienes desean abrazar la carrera policial de los pro y los contras de esta profesión, para que no sea tomada livianamente, solo como una salida laboral y esto tiene su fundamento. Es frecuente que madres o padres que si o si quieren que sus hijos e hijas sean policías y para lograrlo buscan todo tipo de estrategias, ‘mueven cielo y tierra’ para que los admitan en las escuelas de Agentes u Oficiales, me genera un doloroso sentimiento escucharlos exigir y hablar como si supieran el compromiso de vida que significa vestir con honor el uniforme policial”.
“Si razonaran que en algún momento a esos hijos les va a tocar tomar una decisión como la que me toco tomar a mí, como si se arrojara una moneda que diga o muerte, y esos hijos que quizás hayan elegido ingresar a la policía inducidos por la buena intención de sus padres, porque ellos lo ven como una muy buena salida laboral, estudios becados por el Estado, un sueldo fijo, una obra social y una buena jubilación, pero tengo la obligación de decirles que esto no es un trabajo igual que otros, ni mejor ni peor, es distinto, requiere de una gran vocación de servicio a tal punto que en más de una vez les va a requerir poner en riesgo el bien mayor con que cuenta una persona, su vida, su única vida para proteger a los demás”, hizo notar a UNO y en esa línea, resaltó: “Estimados Padres y madres no es por el sueldo, vale su vocación de servir al otro y por eso debe ser una libre decisión muy personal del chico o la chica que se apresta a vestir ese uniforme que muchos policías han glorificado con su propia sangre”.

.(Fuente: unoentrerios.com.ar)