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LA DEPRESIÓN EN NIÑOS Y ADOLESCENTES AUMENTÓ UN 150% POR LA ADICCIÓN A LAS PANTALLAS

Desde la irrupción masiva de la tecnología, también subieron los casos de ansiedad. Síndromes como el FOMO y el complejo “Like me” provocaron una dependencia total. Los testimonios de los jóvenes, la opinión de los especialistas y el rol crucial de los padres ante esta pandemia silenciosa.

La llegada de las redes sociales marcó un antes y un después en la forma de interactuar. Además de impulsar la instantaneidad y la necesidad de mostrar todo el tiempo lo que se está haciendo, dónde y por qué, generó una dependencia adictiva al celular. Sin embargo, recién ahora se están viendo los efectos físicos y psicosociales que esta transformación provocó en los niños y adolescentes.

En el libro La generación ansiosa, el psicólogo social Jonathan Haid advirtió que las plataformas trajeron consigo grandes cambios en los jóvenes de 10 a 20 años, provocados por los rápidos avances tecnológicos desde la década de 2010.

“En ese período, la vida social de los adolescentes se trasladó en gran medida a los smartphones, con un acceso continuo a las redes sociales, los videojuegos online y otras actividades basadas en internet. Esta reconfiguración de la infancia es la principal razón del tsunami de enfermedades mentales, ansiedad, depresión y autolesiones en los adolescentes y preadolescentes. Ninguna otra teoría ha sido capaz de explicar por qué las tasas de ansiedad y depresión de los adolescentes aumentaron en tantos países al mismo tiempo del mismo modo”, señaló.

Luego de analizar datos, encuestas y diferentes estudios mundiales, el autor enumeró los principales problemas que generaron las redes sociales en los nativos digitales:

Privación social: desde que los adolescentes empezaron a tener sus propios celulares, los encuentros presenciales empezaron a decaer. Entre el 2012 y el 2019 el tiempo diario que un adolescente pasa con sus amigos cara a cara se redujo un 54%. Los vínculos se dan de manera superficial, perdiendo el tiempo de calidad y esto se profundizó con la pandemia.

Falta de sueño: está comprobado que un adolescente con el celular en mano puede llegar a dormir siete horas diarias o menos, lo que puede provocar ansiedad, irritabilidad, déficit cognitivo, aprendizaje insuficiente, accidentes y hasta muertes accidentales.

Fragmentación de la atención: hay diferentes estudios que reflejan que el uso de las redes sociales interfieren en esta capacidad, ya que los distraen y pueden perjudicar el desarrollo de la función ejecutiva. Una situación que pone de manifiesto este punto es el aula, en donde la concentración dura apenas minutos.

Adicción: los creadores de las aplicaciones desarrollaron técnicas conductuales para “enganchar” a los chicos y lograr que permanezcan todo el tiempo posible. Esto genera dopamina, pero no produce sensación de satisfacción, si no que los hace desear más de aquello que produjo esa liberación.

Para Haid, la suma de estos cuatro ítems explica por qué la salud mental empeoró tanto y tan de repente en cuanto la infancia empezó a basarse en el teléfono.

El celular desde temprana edad como recurso de entretenimiento

En el transporte público, en un restaurante, en reuniones y hasta en la plaza. Cada vez son más los padres que les dan el celular a bebés para entretenerlos con dibujitos o juegos. La imagen se repite en cualquier ámbito y muestra que, desde temprana edad, se los somete a estímulos fuertes.

“Antes los padres venían al consultorio y preguntaban a partir de cuando les daban un celular, ahora apenas nacen le dan uno para calmarlos y entretenerlos. La crianza a través de pantallas no comenzó ahora con los celulares, sino con los televisores. Se conocía como el televisor niñera. Eso alivia a los padres un rato. Existe desde hace años pero cambió la dinámica, ya que es más invasiva al ser interactiva”, describió a TN el psicólogo Miguel Espeche.

En esa línea, María Pía del Castillo, psicopedagoga de la Fundación Padres y Madres, dijo: “El niño naturalmente juega. Somos los adultos que necesitamos que ellos estén tranquilos para nosotros estar tranquilos. ¿Cómo hacíamos antes para viajar? Encontrábamos actividades para hacer en el auto, juegos, canciones, escuchar música, interactuar. Ahora necesitamos esa distancia para que, en definitiva, no molesten”.

“Cuando le sacamos esas pantallas, la ansiedad aparece y crece la imposibilidad de manejar los impulsos. Se crea un círculo vicioso del que es muy difícil salir. Nunca hay que utilizar una pantalla para controlar una emoción porque es contraproducente”, agregó.

De hecho, los especialistas recomiendan postergar lo más posible el uso de pantallas en niños para evitar esa dependencia. De 0 a 2 años no deberían tener contacto con pantallas y, a partir de esa edad, muy poco y siempre con supervisión de los padres. Al llegar a la adolescencia, lógicamente, van a querer estar en contacto con sus amigos, con lo cual se aconseja monitorear el tiempo de uso y los contenidos.

Espeche, a su vez, sumó: “La realidad es que las pantallas los tienen cautivados, entonces el problema no es solamente lo que las pantallas hacen con ellos, sino lo que ellos dejan de hacer por las pantallas. Los chicos no juegan tanto como jugaban y tampoco desarrollan habilidades creativas como antes”.

La situación se volvió más crítica a partir de la pandemia, ya que tanto el celular como la computadora pasaron a ser la herramienta necesaria para estudiar, hablar con amigos y jugar al mismo tiempo. Esto se tradujo en una naturalización del uso de las pantallas en la población que, hasta ese momento, no estaba tan instalado.

El miedo de quedarse afuera y la necesidad de aprobación de un otro

Según los datos mencionados en el libro, las chicas usan más las redes sociales que los varones y suelen preferir aquellas plataformas “orientadas a los contenidos visuales centradas en la imagen, como Instagram y TikTok”.

Sol, Camila y Azul tienen 17 años y están a meses de terminar el colegio. En diálogo con TN, las tres coincidieron en que pasan demasiado tiempo pegadas al celular como “un escape fácil del aburrimiento”.

De hecho, una de ellas reconoció haberlo usado 9 horas promedio en la última semana: “TikTok 5 horas, Instagram 4. Intento regular el uso, pero es casi imposible”. Otra aseguró que “si no pasara tanto tiempo con el celular podría hacer alguna actividad por fuera del colegio”.

“Nos encontramos atrapadas en la tecnología y en el algoritmo sin querer queriendo. Es un problema que se puede convertir en una adicción”, lamentó Sol.

La elección de esas aplicaciones no es azarosa. “Hay dos categorías de motivación. Una es el deseo de destacar y obrar un efecto en el mundo y la otra, el deseo de conectar y desarrollar un sentido de pertenencia”, afirmó Haid.

“Los adolescentes están construyendo las primeras relaciones significativas fuera del hogar. Por ende, la identidad se va a desarrollar a partir de las ideas acerca de sí mismo, de modelos, de su relación con los otros y de sus proyectos. Están en un período muy sensible a la mirada pública”, explicó a TN Javier Mandil, psicólogo y miembro del Directorio de Fundación Equipo de Terapia Cognitiva Infantojuvenil (ETCI).

Aparece, entonces, un concepto que se potenció con el uso de las distintas aplicaciones: la ilusión de auditorio. Mandil definió que es “esa sensación de que todos están al tanto de lo que haces”. Las tres adolescentes afirmaron que es muy complicado para ellas alejarse de las pantallas porque cada vez que lo intentan sienten que se están perdiendo de algo. “Casi todo pasa por las redes sociales, por lo que dijo tal, lo que subió el otro”, justificaron.

Allí es donde entran en juego dos síndromes: el FOMO por sus siglas “Fear Of Missing Out”, que significa “miedo a perderse de algo” y el complejo de “Like me”, que refiere a la necesidad de tener constantemente la aprobación de sus pares.

En ese contexto, Haid remarcó que las jóvenes son más propensas a desarrollar “perfeccionismo socialmente prescrito” porque “intentan estar a la altura de expectativas inalcanzables, expuestas al acoso y el abordaje de hombres más grandes, o incluso a la presión de chicos de su edad para compartir fotos de ellas desnudas”.

“Nos pasa que creemos todo lo que vemos en las redes sociales. Por ejemplo, una chica con un cuerpazo, o una dieta para bajar 5 kilos en una semana. Esto genera miles de inseguridades en todas las chicas, deseando ser igual a lo que vemos. Esto afecta totalmente en la salud mental, una puede pasar todo el día replanteándose ‘no soy linda’ o ‘no soy lo suficientemente flaca’”, apuntó Camila.

Una generación con ansiedad y depresión

La psicopedagoga Castillo planteó que los jóvenes son hábiles a la hora de manejar el teléfono, pero que no están preparados física y emocionalmente para digerir tantos estímulos.

Muchos famosos decidieron retirarse de las redes porque no soportan emocionalmente el comentario negativo y la violencia que se genera. Un ejemplo claro es el de la cantante María Becerra, que meses atrás habló de los problemas de salud mental que atravesó a raíz de los mensajes de odio que recibía a diario y de la necesidad de cerrar sus cuentas por un tiempo indeterminado.

“Me voy. He luchado mucho con mi salud mental en esta gira por Europa, se siente horrible todo esto. Experimenté desde ataques de llanto hasta ataques de ansiedad y pánico. Todos los días me despertaba y leía miles de cosas ofensivas sobre mí”, expresó la artista de 24 años.

Por lo que, es lógico que un adolescente no esté listo para enfrentar todo lo que sucede en el mundo virtual, que es real y que genera un gran impacto en su salud mental.

Esto se ve reflejado en los datos recabados por el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades y Centro Nacional para la Prevención y Control de Lesiones de los Estados Unidos, que desde el 2010 hasta el 2020 registró un aumento del 145% de casos de depresión en chicas y del 161% en chicos; mientras que la ansiedad subió un 92% en personas de 18 a 25 años.

En tanto, observó que los casos de suicidio en este mismo período de tiempo crecieron un 91% en varones y un 167% en mujeres.

El caso de la adolescente de 16 años que se quitó la vida en Longchamps luego de que un compañero difundiera un video íntimo puso en evidencia los riesgos que corren ante tanta exposición. Ema lo invitó a su casa después de clase y él la filmó sin consentimiento. El chico compartió esas imágenes con un amigo y, horas después, se habían difundido por todo el colegio.

“Ella pidió que pararan y nadie paró. Estaba abatida, tenía una vergüenza terrible. Fue un arrebato, algo que no pudo sostener”, lamentó la mamá en una entrevista con TN. A partir de este episodio, padres de adolescentes expresaron su preocupación por el impacto psicológico que pueden sufrir sus hijos ante este tipo de situaciones que cada vez son más frecuentes.

El rol de los padres y la importancia de poner límites

Si bien es verdad que las redes sociales crecen a pasos agigantados y que los chicos tienen acceso a ellas cada vez a más temprana edad, Espeche remarcó la importancia del rol de los padres y los límites para poder contrarrestar este fenómeno.

En esta era digital, eliminar las pantallas de su vida es prácticamente imposible. Por eso, no recomienda ir en contra de ellas, sino dar alternativas: “Esto es una adicción, así la entendemos y así la estudiamos. Tiene base en un malestar emocional. Si los chicos se sienten solos, aburridos recurren a las pantallas que los entretienen y los sobre estimulan. “Tienen que hacer actividades juntos y que el chico no sienta que es un momento para controlarlo. Si vos al chico le das tiempo de calidad, el chico va a elegir eso antes que la vida virtual”.

“Somos la primera generación que creció con tanta tecnología. Ahora no nos damos cuenta, pero en un futuro vamos a ver cómo repercutió en nuestro crecimiento, desarrollo y en la vida en general”, reflexionó Azul.
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